Y sigo esclavo de sus beeesooos, cantaba bajo la ducha. Y sigo preso de mis mieeedooos bailaba ante el espejo. Luego, en la cocina, puso el pan en la tostadora y leche en el bebedero de la gata. Había pocos abogados expertos en derecho penitenciario en una ciudad donde las cárceles estaban atestadas, Rita Dolcet era uno de ellos y hoy tenía una visita en la prisión de Brians.
Y sigo sin sabeeer por qué razóoon, cogió un bolso grande y metió dentro una perrita, Ella, una York Shire que se llevaba a todas partes, un libro –siempre tenía que esperar- y un expediente rojo. Condujo lentamente en el último tramo de la carretera por culpa de la nieve, ella sigue en mi interiooor, y apagó el motor del coche.
El aparcamiento estaba en lo alto de una colina a más de doscientos metros de la entrada. Estaba vacío. Los funcionarios dejaban sus coches más cerca, al lado de la parada de autobús. Sacó a Ella del bolso y la dejó en el asiento al lado del conductor. Bajó dos dedos la ventana y apuntándola con un dedo dijo:
Pórtate bien que vuelvo enseguida-, le besó la nariz y le dio un hueso de piel. Cerró el coche con llave.
Después de atravesar aquel paraje desértico pasó los controles de seguridad y finalmente, tras unos pasillos inacabables, se encontró esperando a su nuevo cliente en una sala sin encanto y fría. Llevaba más de una hora esperando cuando oyó unos golpes detrás del vidrio de una de las cabinas. Estaban todas vacías. Se levantó de la incómoda silla.
-Hola, buenos días-, y entró en la cabina.
-Buenos días-, respondió el hombre con la mano todavía en el cristal.
-Es usted Amador Cortesano?
-Si señorita-, y dibujó una sonrisa triste en una cara muy seria.
-Pidió una abogado de oficio. Soy su abogada, me llamo Rita Dolcet. Usted dirá.
El hombre era delgado y muy moreno. Llevaba una chaqueta de punto con una cremallera a lo largo medio abierta. Calculó que tendría un par de años de encierro.
-Verá usted. No me dan permiso de salida y ya me toca. De hecho ya me tocaba por navidad!
Rita consultó la ficha que llevaba en el expediente. –Si, por tiempo ya le toca, ya…Algún motivo habrá!
-Pues que la psicóloga dice que no me lo darán hasta que no entre en la terapia-, y se encogió de hombros.
-Es que es la única manera de que empiecen a darle permisos. Por qué no quiere entrar en un programa?- preguntó buscando un bolígrafo en el fondo del bolso.
-Porqué es un curso para delitos de sangre-, dijo con las palmas de las manos mirando al cielo. Para él parecía estar todo muy claro.
-Y cuál es el problema?- Rita consultó la ficha histórica de Amador. Había entrado en prisión por una condena de asesinato. Por haber asesinado a su mujer.. No entendía de qué se quejaba el hombre.
-Que yo la estrangulé letrada, no derramé ni una gota de sangre, ni una miaja. No entiendo porqué tengo que estar en cursos por crímenes de sangre.
Cuando la abogada iba a replicar vió pasar por detrás de Amador a su York Shire corriendo con su cadenita de brillantes y jersey azul marino. –Ella!-, gritó saltando en la silla, -Ella, Ella!
El hombre pensó que se le había aparecido la Virgen. Ahora avisarían al celador. En medio del desconcierto sacó un papel doblado que llevaba entre la camisa y la chaqueta y lo pasó por la ranura del vidrio mirándola fijamente. Rita lo cogió en silencio y lo metió dentro del expediente distraídamente. –Vigilante! Agente!- chillaba. Mi perrita, que alguien coja a mi perrita!
Allí no había nadie. El vigilante tardaría otra hora en venir. Amador todavía le pudo murmurar: no se preocupe señorita no se lo van a comer-. Lejos de consolarla Rita se imaginó al doctor Lecter comiéndose viva a la perra. Presa del pánico oyó una sirena. Primeramente sonó en aquel módulo y después se oyó repetida por todo el recinto. El preso se escurrió hacia el interior. Menos mal que se han dado cuenta! pensó la abogada.
-Tiene que ir hacia la salida-, le dijo un vigilante en uno de los pasillos.
-No sin mi perro-, replicó Rita. –Mi perro se ha escapado del coche y está perdido buscándome. Por este motivo están sonando las sirenas. Así que saldré pero con él. Está claro?-, añadió.
-Mire señora. Ha entrado un perro que se está paseando por las dependencias. Puede ser suyo o no, pero las alarmas están sonando por otro motivo, así que diríjase hacia secretaría, aquí no puede estar.
“Mierda de sistema”. De mala gana se dirigió hacia la Administración. De aquí no salgo sin Ella, como me llamo Rita. Aunque se hayan de poner todos los presos a buscarla.
A la salida del primer control una celadora la esperaba con la perra en brazos. Rita cogió a Ella y la abrazó y la llenó de besos. Ni siquiera pensó en regañarla. Gracias, muchas gracias. No se lo podía creer.
-Oiga, porqué sigue sonando la sirena? Es muy molesto este ruido! dijo mirando a uno y otro lado del techo.
-Ya se puede ir. La alarma está sonando por otro asunto. Vaya rápidamente a la salida.
La abogada no se lo hizo repetir. Qué susto me has dado Ella mía. Jamás volveré a dejarte sola en el coche. No sé cómo te las has arreglado para bajar la ventanilla… Y estrujando a la perra llegó al solitario aparcamiento.
Dejó el expediente rojo encima del capó del coche y buscó las llaves dentro del bolso. El papel que le había dado Amador Cortesano resbaló del interior del expediente. Tendré que venir otro día con más tranquilidad para hablar con él. Cogió la hoja del suelo y la desplegó.
SE DONDE ESTA LA BOMBA
Estuvo releyendo las cinco palabras hasta que una voz interior las fue repitiendo sin mirar el papel, sé donde está la bomba.
Se vió incapaz de regresar a la prisión. Estaba agotada. Había madrugado. Un trayecto pesado por culpa de la nieve… La habían hecho esperar mucho rato, demasiado, que por eso Ella había llegado a escaparse! La nimiedad de consulta que cualquier otro de allí dentro hubiera podido resolver… El sufrimiento por la perrita perdida. Y cómo la habían tratado! De prisa y corriendo… Si le habían entregado a Ella es porque se la habían encontrado entre los pies… si nadie la buscaba! En fin, estaba muy cansada, no, decididamente no volvería a entrar.
Desde la atalaya del aparcamiento tenía una visión panorámica de todas las instalaciones. Con parsimonia sacó el móvil del bolso. Podía llamar al despacho, a la policía o a la cárcel, o podía ver una explosión en vivo y en directo. Abrió la puerta y rebuscó en la guantera un paquete de tabaco. Inclinó el respaldo del asiento hacia atrás, estiró las piernas, se puso la perrita en el pecho y encendió un cigarrillo dispuesta a que empezaran los fuegos. En nuestro punto de infleeexióoon. Un espectáculo único e irrepetible.