dimecres, 27 de gener del 2010

CALENDARIOS

CALENDARIOS

En 2003 di un curso de creación literaria a alumnos de 2º de bachillerato en un instituto. Se trataba de un grupo de chicas y chicos de 17-18 años. No sabía muy bien cómo empezar con ellos y se me ocurrió tratar un tema que en ese momento me rondaba en la cabeza. Les di el texto siguiente, a partir del cual tenían que crear una historia:

El año 1582, del 5 al 14 de octubre, el papa Gregorio XIII implantó el calendario llamado Gregoriano, que hizo perder 10 días del año en curso. Eso causó múltiples problemas administrativos, pero también llevó a situaciones personales increíbles.

Elena Prats escribió lo que sigue:
Querido, te llamo querido en parte por la costumbre. Una costumbre de tantos años. Y en parte porque ahora que ya te está llegando la muerte sin necesidad de darle un empujoncito, ahora que ya se ha instalado en ti la decrepitud, y que ya ni siquiera tus labios pueden leer en los míos, nada me importa ya/ahora ya nada me importa. Aquí estamos los dos, sentados en estos tajos que tus manos hicieron antes de que nuestras vidas dieran el gran vuelco. Miras fijamente, con esos ojos que un día lejanísimo fueron mi guía y que hoy ya sólo adivinan el fuego por el calor de las llamas que les llegan. Y aquí sentados, te cuento, me cuento, una historia lejana: el día en que no pude matarte. Recuerdo el día siguiente, y el otro, y los que siguieron. La plaza del pueblo estaba llena de gente. Gente de todas las edades y de todas las categorías. Hombres renegridos a la salida del trabajo, mujeres que habían arrastrado a sus hijos, algunos todavía agarrados a sus pechos. Todos con la expresión inconfundible de la fatiga en sus rostros. Todos gritando, con los puños en alto como buscando algún culpable:”devolvednos nuestros días, queremos nuestros días”. Pero nadie, ni hombre, ni mujer, ni niño con una decepción tan furiosa como la mía. Cinco de octubre. Imposible de olvidar. ¡Lo había preparado todo tan bien! Llegarías del trabajo, comerías tu sopa sin hablar, y volverías a salir porque después de trabajar todo el día, un hombre necesita divertirse. ¡Y tú eras un hombre! Ya borracho, a la vuelta, me exigirías, me atormentarías. Como cada día Yo contaba con tu costumbre, animal de costumbres como siempre fuiste. Todo siempre en orden, ningún cambio. Tu costumbre de llegar a casa, ponerte a la mesa ya servida y... Nadie iba a saber que por una vez, la diversión me estaba destinada, que por una vez iba a ser yo la que iba a reír. Pero algo se torció. Algo con lo que yo no había contado: me robaron mi tiempo. Todos exigiendo sus 10 días. ¡A mí me hubiera bastado con uno! Esa noche, cuando llegaste, unas frases salieron de tu boca siempre cerrada para mí: “nos han quitado 10 días, 10 días menos de trabajo, 10 días menos de salario...” Y, al poco, rompiendo con tu hábito de siempre, sin sentarte siquiera, saliste dando un portazo. Allí nos quedamos yo y esa sopa que con tan enorme cariño te había preparado y en la que había puesto lo que, sin dejar rastro, sin que nadie pudiera sospecharlo, te transportaría suavemente hacia el otro mundo.

Y ahora que ya nada me importa, ahora que la decrepitud se ha apoderado de ti, te cuento, me cuento, esta lejana, inútil, historia.

A, De y Oración Subordinada

Un encuentro estimulante me reveló que el mundo literario me estaba esperando.

Alejada de la creación en favor de la técnica me dispuse a dormir esa noche con uno de mis libros de cabecera: Las mil mejores poesías de la Lengua Castellana, o algo así.

Mis ojos se pasearon por tantos y tantos poetas muertos, que por cierto alguna poesía se podía haber enterrado con ellos, cuando de pronto dos versitos empezaron a moverse:

A mis soledades vengo,
de mis soledades voy

De pronto caí en la cuenta que mi memoria vital había almacenado los versos en el mismo orden pero distinta disposición:

De mis soledades vengo,
A mis soledades voy

Y el resultado es muy pero que muy distinto.
Estupefactada procedí al análisis sintáctico (O Pral) (O Sub) (CRV) etc. que poca luz me dió, ya que lo verdaderamente bonito era descubrir que el poeta no estaba estancado entre soledades como yo pensaba, sino que estaba en movimiento. Y este nuevo significado me ha reconciliado con ese mundo, al menos por unas horas.

A mis amigas vengo,
de mis amigas voy