Metro
Plaça Espanya, hora punta. Es el cuatro de agosto y la gente apenas si puede
respirar a pesar del aire acondicionado. El sudor se queda pegado en las
paredes, en los asientos, en las barras. Con un poco de imaginación, veríamos
emanar vapor de agua por los poros de brazos, piernas, cuellos, frentes.
Olores. Abanicos de movimientos desesperados. Miradas hacia algún posible
asiento vacío cuando el metro llega a una estación. Es el momento que aprovecha
un individuo con pinta de no haber roto nunca un plato para meter los dedos en
algún que otro bolso medio dormido. No sabe todavía, sin embargo, que dentro de
unos segundos, una mujer que ha entrevisto su juego, va a mirarse la muñeca en
busca de su hora. Se acerca al descuidero, abre su bolso y, sin levantar la voz
más de lo necesario, casi susurrando, le dice “mete ahora mismo en mi bolso mi
reloj”. El hombre abre la bolsa de plástico que lleva colgada de la muñeca,
coge un reloj y lo desliza hacia la boca abierta del bolso de la mujer, que lo
cierra sin aspavientos. Plaça de Catalunya. Casi las 4/4 partes de los viajeros bajan apresurados. Son
las dos y media cuando la señora llega a su casa. En cuanto abre la puerta,
empieza a contarle la escena del metro a su marido, que con gesto de sorpresa le
dice. “¿Tu reloj? ¡Pero si te lo habías dejado en la repisa del lavabo!”
Ja,ja,ja ...que bueno...
ResponEliminaRedondo. Clavado!
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