El vuelo de un abejorro, pesado, gordo, pertinaz. En su
mente la idea no dejaba de dar vueltas, pesada, gorda, pertinaz. Un regocijo
secreto, un Mefistófeles irónico y sutil, con una sonrisa de cinismo vaporoso
sugería retomar la acción.
En los últimos días de Noviembre la idea de intentar
escribir “en serio” había vuelto a manifestarse, concisa, fuerte, arrebatadora.
La muerte de Montserrat Roig la indujo a plantearse de nuevo el ejercicio
plumífero, pero el temor a que sus garabatos resultaran plúmbeos la frenó; la
frenaba siempre. ¿ Y quién era ella para atreverse a emborronar las inmaculadas
hojas de papel en blanco, plasmando así su impotencia de no ser Josep Pla o
Saramago?
Se instó a si misma a enfrentarse con la dura realidad,
dejar de fantasear y pasar a la acción “boli” en ristre. Estaba aterrada.
Zsa-Zsa el abejorro insinuante, feo y lenguaraz no
dejaba de zumbar. El porqué había elegido ese nombre de “coktail”, de actriz
más parecida a una Gabor de Rubens que de la Fox, y a un bar vanguardisa, era
un recuerdo vago de la época de enganche con la farándula nocturna, de seres
solos y acongojados por el miedo. El miedo de darse cuenta, precisamente de
eso, de su soledad, de la vaciedad de sus vidas. Esas vidas trufadas de
litografías auténticas de Picasso, Miró y Tàpies, compradas en la ciudad
condal. Zsa-Zsa...premios internacionales de diseño, todo lo que se cotizaba en
la Barcelona de los 90’. Lo apreciado por los pseudointelectuales,
semiprofesionales liberales y otra fauna. Gente con mundología, cultura y
sensibilidad; algunos de ellos con grandes capacidades intelectuales desperdiciadas
y ahogadas en los innumerables vasos de wisky, copas de cava, rayas de
coca....
Noches fabricantes de interminables resacas, apagadas con
otra noche llena de sed, sed de cariño y compañía. Sabía del juego peligroso de
dejarse atrapar en las garras de la noche frívola, despiadada, de todos y cada
uno de los días del año. Siempre iguales, que impiden vivir a luz del día y te
convierten en una especie de cavernícola urbano.
Unos ojos verdes, como la canción, incrustados en un
cuerpo regordete y de escasa altura, con una cercana boca carnosa de mejillas
hirsutas y dientecitos como perlas sin ensartar, separados y casi divertidos.
Una frente amplia, despejada en inteligencia y pelo, lacios cabellos
ensortijados a unas gafas “Vogue” de concha clara, “comme il faut”. Abogado de
largos cabellos, luengo intelecto e inacabable miedo. Irónico, vitriólico, a
veces. Siempre ocurrente, distante y distanciador. Solo, al fin, en medio de la
noche de los solos de la urbe...Zsa-Zsa. La mosca insiste. Paredes de raíz de
arce, con cambios fascinantes de luz al son de la música, por medio de complicados artilugios electrónicos. Paredes
en obra vista adornadas con frutas y multitud de botellería “ad hoc”. La luz
envuelve, acerca y llena la frialdad de los elementos metálicos, de armaduras
humanas, de distancias mil. El ambiente respira fragilidades encubiertas que no
logran resistir sin perder el equilibrio. El daño emocional es límpido,
profundo, hiriente.
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