divendres, 8 de març del 2013

Dos mundos tan cercanos



La vieja, cubierta de negro de pies a cabeza, avanza hacia mí por la calle. Es la imagen misma de un grajo, la cabeza entre los hombros, ovillada sobre un palo nudoso que le hace de bastón. Siento curiosidad y un poco de repulsión. Pasa tan cerca de mí que casi me roza, y percibo el olor de su cuerpo  y su respiración entrecortada por el esfuerzo de subir la cuesta. Desde donde estoy solo veo un parque pequeño y una cerca metálica llena de grafitis. La vieja gira a la derecha, empuja una puerta disimulada en la valla y desaparece. El viento hace que la puerta, que no ha cerrado bien, golpee con insistencia.  Alguien, desde el interior, la cierra. Alguien que seguramente me ha visto. Sigo caminando a lo largo de ese muro de hojalata pintarrajeado. La junta mal cerrada de dos chapas me deja entrever un submundo, una isla de miseria rodeada de un mundo de normalidad. La normalidad del parquecito, de los edificios altos con toldos multicolores y balcones llenos de plantas, con vistas a ese inframundo oculto para los que pasamos de largo. Un descampado lleno de desechos: hierros, colchones viejos con manchas de humedad, cajas de plástico, carros de la compra,  ruedas de coches, chatarra. Restos de hogueras, de fuegos para cocinar, cazuelas, sartenes… Un chico con coleta  va hacia una casucha con planchas como tejado y paredes mezcla de ladrillo y madera, lo mejor de este conjunto de cascotes. Vuelvo al jardincito. El área para perros está limpia y bien cuidada. Me siento en el banco recién pintado y observo.

1 comentari:

  1. Relato intrigante con un giro final FabulOso. Gracias por dejarme sin palabras.

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