El colmo de un matemático: tener una mujer 10 (que se sale
siempre por la tangente); un hijo obtuso y de comportamiento sinuoso; una hija
sin límites, hiperbólica; no soportar ser un cero a la izquierda; luchar
denodadamente por dar un giro Copernicano a su vida; hacer un cálculo erróneo y
quedarse más solo que la una.
Era el de ella un amor platónico. El de él un amor
cartesiano. No se podía decir que fueran almas simétricas. Eran tan
diametralmente opuestos que no pudieron combinarse adecuadamente, aunque
echaron el resto y buscaron incansables un denominador común. Antes de encarar
la recta final, decidieron cerrar el círculo y seguir trayectorias divergentes.
Muy original, muy bien logrado
ResponElimina