dijous, 13 de maig del 2010

Era un hombre de cuarenta y tantos años que vestía un abrigo entallado, beige, de media pierna. El recepcionista no sabría decir si estaba por negocios o por placer, pensó que por ninguna de las dos cosas. Abandonaba el hotel de la Gran Vía con una pequeña bolsa CH y se dirigía a la puerta principal.

Respondió al saludo del portero con un “taxi, por favor” y esperó.

Le dio la dirección al chofer y observó las calles hasta dejar atrás la torre agbar. Sacó un sobre ocre y grande de la bolsa y se lo puso encima de las rodillas. Estaba abierto. Extraía de su interior cuatro fotografías en blanco y negro. Su esposa comprando en unos almacenes, saliendo de un casino, en el interior de un coche y una última sentada en la terraza de un bar de playa. Distintas fechas. Todas ellas con un desconocido. Todas con el mismo tipo. El hombre se detuvo a mirar la arena y la bandera de la última fotografía. Sabía que era fácil encontrar ese lugar a pesar de no haber estado nunca en él.

Al salir de Barcelona introdujo las fotografías nuevamente en el sobre que deslizó en la bolsa abierta en el asiento contiguo. Al hacerlo rozó la pistola que estaba en el fondo. Con la cabeza vuelta a un lado el taxista decía: ¿Ha visto que tranquilo está el mar?

2 comentaris:

  1. La culpa de que ya empecemos es tuya, Elena, que nos estás empujando fuerte con tu escritura a que hagamos algo.

    Tu texto es del estilo preferido por mí: intriga, tensión, curiosidad por llegar al final etc.

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