dijous, 19 de novembre del 2009

[“Sal de ahí lo más pronto posible
Y tú mismo no tengas niños”]


Carlos Moreno -Carlitos- fue siempre un poco raro. Desde niño empezó a esconderse. Debajo de la cama, en los armarios, debajo de las mesas o, y ese era su mas triste placer, en la carbonera de la casa del pueblo, donde estaba seguro de que no lo descubrirían porque en verano a nadie se le ocurría ir allí. Coincidí con su psicólogo el día de su entierro. Ese día, sin que ninguno nos lo esperáramos, se desató una tormenta huracanada que nos obligó a refugiarnos donde bien pudimos. Nosotros dos tuvimos la suerte de encontrar, no muy lejos de la fosa en la que Carlitos tenía que esperar a que lo enterraran cuando amainara, un pequeño panteón cuya puerta con la cerradura oxidada no nos costó demasiado abrir. Y allí, entre unas cosas y otras, el psicólogo me habló de lo que, a su parecer, había sido la causa de lo que para mí era simplemente la manía de Carlitos: esconderse. Probablemente empezó a hacerlo después de la paliza.

Tenía cuatro o cinco años cuando su padre llegó, otra vez, borracho a casa y, ese día, sin saber por qué Carlitos pasó a formar parte de los cacharros rotos: patadas a las puertas, cristales hechos añicos, cortinas arrancadas, labio abierto de un puñetazo, voces y más porrazos. Se escondió debajo de lo primero que encontró, debajo de los faldones de la mesa camilla. Y allí se estuvo casi una eternidad, hasta que su padre empezó a dormir la mona y antes de que su madre lo encontrara hecho un ovillo, con la cabeza entre las rodillas y los ojos desorbitados. “Sal ya de ahí cariño, ven aquí que te lave esa carita linda. Ya ha pasado todo, mi amor”.

A partir de ahí todo fue esconderse, hubiera o no palos de por medio. Esconderse en lugares insospechados, y también esconderse de sí mismo.

Yo, que fui primero su Hermano y que acabé siendo su amigo, no llegué nunca a conocerlo del todo. Creo que sólo había tenido clara, meridianamente clara, una cosa en su vida, algo que yo le había oído repetir en las escasas ocasiones en que, en contra de su propia voluntad, había dejado transparentar su angustia: él nunca, NUNCA, tendría hijos. La razón por la que se había enterrado en vida, por la que se había enclaustrado para siempre. Otra forma de esconder el miedo- pánico a repetir en alguien muy pequeño lo que él había vivido.


Al fin consiguió esconderse donde nadie, jamás, pudiera encontrarlo. Murió todavía joven, triste y en absoluta soledad.
Recemos una oración por su alma. Que Dios Todopoderoso lo perdone en su infinita misericordia y lo acoja en su seno.

Concha

3 comentaris:

  1. Ya veis, amigas, el horror sigue campando a sus anchas en mi cerebro. Esta vez yo no quería, os lo juro. Ha sido culpa de la profe que nos ha mandado ese trabajo tan dirigido a las historias tristes y lacrimógenas. No sufráis!!!

    ResponElimina
  2. Tienes razón Concha. El próximo,"juro por la gloria de mi madre" que me voy a reir ...

    ResponElimina
  3. Psiquiatra, cura, mesa camilla, panteón... Has dibujado un circo de la vida de Carlitos que como todos los circos me produce amargura o tristeza.

    ResponElimina