Perdonadme la longitud exagerada, pero con todos mis problemas internáuticos y ordenariles no he podido hacer otra cosa. Y eso que he resumido lo indecible, creo.
Pasé, con la curiosidad de la recién llegada, a un mundo desconocido. Al menos en directo, ya que alguna vez había visto un amago de él en alguna cadena de televisión, de esas cadenas privadas de origen anglosajón, en español. Me senté en la última fila, junto a la pared, al lado del ventanal que da al patio. A la izquierda, frente a la puerta y en lugar preferente, el altar ligeramente elevado. A la derecha, un trono con dos asientos, cubiertos con un dosel de gasa blanca, para los futuros desposados. Al lado del altar, la tribuna del pastor. Se me acercan dos mujeres y me dicen: “no esté sola, véngase para allá con nosotras, que verá todo mucho mejor”. No me atrevo a decirles que no. Sí, se ve mejor. Me dan el cancionero de la boda: “Somos el pueblo de Dios/somos un pueblo especial/llamados para anunciar/las virtudes de Aquel/que nos llamó a su Luz”. Y sigue. No me lo puedo creer y empiezo a pensar cómo será cuando los hermanos- todos son hermanos, incluso yo que no llevo sangre divina- empiecen a cantar. La sala-iglesia empieza a llenarse, la gente ocupa las sillas dispuestas para la ceremonia. Flores de plástico por todas partes. Sólo se salvan de la quema los corazones recortados en cartulinas de colores, pegados en los cristales de las ventanas como si fueran vidrieras. Si no fuera por su color Disney.
Todo se retrasa. La gente empieza a mirar para atrás, los músicos afinan los instrumentos. Mi compañera me dice: ”hasta que el pastor no se llegue, no empieza”. “¿Quién es el pastor?”, le pregunto. “Ninguno de esos, es más guapo, el más guapo. Esa es su mujer” Ah, pienso, estos si se casan, menos mal.
Ya me estoy hartando, pasa casi una hora de la hora. Mientras tanto observo, leo las canciones y el poema dedicado a los novios (que ya han vivido juntos unos cuantos años y tienen un hijo de 5, normal parece ser entre los socios de este club como iré viendo por sus comentarios). Leo el poema “de alguien a quien todos conocéis bien”, dirá el pastor después, marcando bien las palabra, “De quién si no, de nuestra hermana Gertrudis”
Por fin. Entra el novio acompañado de la que yo interpreto como la madrina (la que me había preguntado a la entrada: “¿Usted es doña Amalita? Yo soy la hermana de Pedro. No se me quede ahí en la calle, páseme, por favor”). Al cabo de 5 minutos, entra la novia, acompañada del padrino. La música ensordece: guitarra, teclado…la misma típica canción de nuestras bodas. Ahora se sientan en su trono y, todos a una, los fieles se ponen de pie y también al unísono empiezan a cantar, fuerte, fanáticamente, las manos al aire en una especie de baile, o batiendo palmas desaforadas, frenéticas “somos el pueblo de dios…” y el resto de las canciones. Orgasmo colectivo. El templo se viene abajo y yo con él. ¿Qué hago yo aquí? Soy una especie de extraterrestre fagocitada por unos seres extraños venidos de otro planeta y que han adoptado mi misma apariencia. No soy yo quien ha ido a su planeta, son ellos los que han venido a la tierra, yo estoy en mi lugar. Ellos son los extraterrestres, los extranjeros, los raros, con sus sonrisas, sus palabras amigables: “no se vaya, quédese un ratito más con nosotros, no se quede ahí atrás, venga, venga con nosotras que verá todo mucho mejor”.
Vuelvo a la realidad cuanto el pastor empieza su discurso. Eso ya lo reconozco, es el mismo discurso de todos los pastores, se llamen como se llamen y de cualquier religión a la que pertenezcan. ¿De dónde habrán sacado el patrón? A cada una de sus frases amén, amén de los fieles, espiritados.
Desconecto.
Diálogo
-Bueno, ¿qué tal, la famosa boda? Cuenta.
-Increíble. Ya a la puerta, nada más llegar, me oigo decir “es usted doña Amalita? Páseme, por favor, no se me quede en la calle. Soy la hermana de Pedro”.
-Doña Amalita??? Nadie te había tratado nunca con tanto respeto!!! Doña Amalita!!!
-Aluciné. Entro a ese mundo desconocido y como de ciencia ficción y me siento, modosita, en el rincón de la derecha, en la ultima silla, al lado de una ventana que daba a un patio. “Así me podré evadir mirando fuera”, me digo.
- Hombre, a ti te encanta eso de observar desde tu atalaya.
-No acababa de sentarme cuando dos de las fieles-hermanas-de-todo-el-mundo vienen y me dicen que vaya con ellas, que no me quede sola y que desde su sitio vería todo mucho mejor. Una hora nos hicieron esperar los dichosos novios. Ya estaba harta antes de que empezara la maldita boda. Y el pastor, “el más guapo”, vaya discursito, el suyo…
-Bueno, las bodas de aquí, déjalas solas, no sé de que te sorprendes.
-Nada que ver, te lo aseguro. Tendrías que haber visto el decorado, de lo más out que te puedas imaginar. Flores de plástico por todas partes, altar cara al público con tribuna para el pastor incluida, una especie de trono de dos plazas con dosel de gasa blanca para los novios. Todo estilo iglesia americana tipo “Dios te ama”.
-Hostia, como esas que salen en alguna cadena de televisión, tan…
-Exacto. “Somos el pueblo de Dios/somos un pueblo especial…” etc. etc. Y los fieles conmovidos “Amén, amén, gloria a ti Señor. Sí, sí”, balanceándose, moviendo los brazos con las palmas hacia arriba, casi gritando, en un orgasmo colectivo. Uff! ¿Dónde me he metido?, pensaba yo. Me siento como un pulpo en un garaje. Menos mal que tengo una gran habilidad para desconectar.
Concha
Disculpa el retraso pero hace días que quiero decirte que así nos contaste, así lo relatas y es que así pasó. Me sigue fascinando. Sin lugar a dudas, tu gran crónica.
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