Eran las cinco de la tarde de un martes de finales de abril. Julio Orgaz había salido de la consulta del psicoanalista diez minutos antes; había atravesado Príncipe de Vergara y ahora entraba en el parque de Berlín intentando negar con los movimientos del cuerpo la Eran las cinco de la tarde de un martes de finales de abril. Julio Orgaz había salido de la ansiedad que delataba su mirada.
El viernes anterior no había conseguido ver a Laura en el parque, y ello le había producido una aguda sensación de desamparo que se prolongó a lo largo del húmedo y reflexivo fin de semana que inmediatamente después se le había venido encima. La magnitud del desamparo le había llevado a imaginar el infierno en que podría convertirse su vida si esta ausencia llegara a prolongarse. Advirtió entonces que durante la última época su existencia había girado en torno a un eje que atravesaba la semana y cuyos puntos de apoyo eran los martes y los viernes.
El domingo había sonreído ante el café con leche cuando el término amor atravesó su desorganizado pensamiento, estallando en un punto cercano a la congoja.
Cómo había crecido ese sentimiento y a expensas de qué zonas de su personalidad, eran cuestiones que Julio había procurado no abordar, pese a su antiguo hábito –reforzado en los últimos tiempos por el psicoanálisis- de analizar todos aquellos movimientos que parecían actuar al margen de su voluntad.
[ Juan José Millás. El desorden de tu nombre.]
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Eran las cinco de la tarde de un martes de finales de abril. Había salido de la consulta del psicoanalista diez minutos antes; había atravesado Príncipe de Vergara y ahora entraba en el parque de Berlín intentando negar con los movimientos del cuerpo la ansiedad que delataba mi mirada.
El viernes anterior no había conseguido ver a Laura en el parque, y ello me había producido una aguda sensación de desamparo que se prolongó a lo largo del húmedo y reflexivo fin de semana que inmediatamente después se me había venido encima. La magnitud del desamparo me había llevado a imaginar el infierno en que podría convertirse mi vida si esta ausencia llegara a prolongarse. Advertí entonces que desde la última época mi existencia había girado en torno a un eje que atravesaba la semana y cuyos puntos de apoyo eran los martes y los viernes.
El domingo había sonreído ante el café con leche cuando el término amor atravesó mi desorganizado pensamiento, estallando en un punto cercano a la congoja.
Cómo había crecido ese sentimiento y a expensas de qué zonas de mi personalidad, eran cuestiones que había procurado no abordar, pese a mi antiguo hábito –reforzado en los últimos tiempos por el psicoanálisis- de analizar todos aquellos movimientos que parecían actuar al margen de mi voluntad.
Ya me diréis qué supone -a vuestro entender- el cambio de narrador de la 3ª persona a la primera. Para mí quizás parece como más intimista, menos frío. No sé. La verdad es que no me parece un ejercicio muy interesante, pero supongo que es más bien problema mío.
ResponEliminaFUERON LOS PRIMEROS DEBERES QUE NOS PUSO (vER al marge "deures amb l'Olga -I- NARRACIÓ DE 10 LÍNIES EN 1A. 2A. I 3A. PERSONA").
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